lunes, mayo 22, 2017

las ciencias, los científicos


Las Ciencias

https://www.pagina12.com.ar/38166-cientificos-entre-la-desinformacion-y-la-bicicleta

La importancia de las políticas públicas
Científicos: entre la desinformación y la bicicleta
El jueves pasado, en la sede del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MinCyT), se produjo un nuevo encuentro de la Comisión Mixta de Seguimiento para concretar el Acta Acuerdo. Allí, las autoridades y los representantes gremiales buscaban acordar cómo incorporar los 500 investigadores que, pese a haber cumplido de manera favorable con todas las instancias de evaluación, no ingresaron al Conicet a fines del año pasado. El martes, el MinCyT (a través de su portal en internet) se adelantaba a la reunión y anunciaba el denominado “Plan de Fortalecimiento de la Investigación en las Universidades Nacionales”, a partir del cual –junto al Ministerio de Educación– anticipaba la firma de un convenio para crear 410 cargos docentes para distribuir entre los 500 investigadores. La iniciativa tenía el objetivo de solucionar la situación de los trabajadores que reclaman (desde hace cinco meses) por el cumplimiento de sus derechos laborales.
El Plan propuesto representaba una mejora respecto a las ofertas previas –contratos anuales precarios en organismos de CyT descentralizados– en la medida en que preveía la constitución de plazas con dedicación exclusiva (nivel jefe de trabajos prácticos) y reconocía la antigüedad en el ejercicio de sus deberes. Además, estipulaba que los cargos docentes serían complementados con una convocatoria especial de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, que financiaría los proyectos de investigación y equipamiento, por medio del instrumento Proyectos de Investigación Científica y Tecnológica Orientados (Picto). No obstante, aunque la oferta mejoraba los intentos anteriores, sembraba el campo de nuevos interrogantes. 
Una de los principales incógnitas apuntaba a resolver qué ocurriría con los 88 investigadores que no eran considerados en el ofrecimiento oficial que contemplaba 410 plazas cuando los afectados son 498. Otro punto importante radicaba en resolver cuáles serían los destinos finales de los científicos: ¿qué investigador trabajaría en qué universidad? Y el tercer punto de tensión versaba sobre el desfasaje de salarios: mientras el neto actual de un/a investigador/a asistente sin antigüedad está por sobre los 24.000 pesos, el cargo de JTP exclusiva con hasta cinco años de antigüedad no supera los 17.000. Y la estabilidad de esos cargos no estaría garantizada porque luego de dos años serían concursados en convocatorias abiertas. 
La respuesta conjunta de los ministerios surgió como resultado de la lucha de los científicos que, desde diciembre pasado, realizan reclamos, plenarios y encuentros. Una serie de movilizaciones que, bajo la consigna “Investigar es trabajar” obligó al Gobierno a recular su marcha y a repensar el ajuste presupuestario y la reducción de ingresos. Mediante esta solución, el Conicet parecía desmarcarse (en parte) del asunto y delegar parte de sus obligaciones en las universidades.
Después de 140 días, el problema no solo se puede interpretar y definir como un conflicto presupuestario. Se trata de un conflicto material (en la medida en que compromete las vidas de los investigadores) pero sobre todo simbólico. El MinCyT se hace eco de un modelo de país que piensa que los científicos son prescindibles y que sus contribuciones poco tienen que aportar en el engranaje productivo de la Nación. Las reiteradas idas y venidas, la campaña mediática orquestada en contra de los investigadores de ciencias sociales, las repuestas difusas, la decisión del directorio del Conicet de reducir los ingresos para los años que vienen, la supremacía de lo tecnológico y lo aplicativo por sobre “lo básico” constituyen diferentes caras de una misma estrategia política. 
El campo científico puede describirse como un laboratorio social desde el cual es posible analizar el proyecto de país que los representantes en ejercicio buscan promover. Hoy, según parece, se han esfumado los planes expansivos para un sistema científico en constante crecimiento. Por el contrario, sus protagonistas son desvalorizados mediante acciones que no hacen más que oscurecer el paisaje. Comunicados que comunican poco, propuestas que no proponen nada y luego el silencio. Hoy, la ciencia es la copia fiel de un cuerpo estatal que parece ir a los tumbos sin ningún objetivo de progreso certero, que echa mano a la improvisación y que cuando se marea repite formulas históricas que nunca han funcionado.
OPINIÓN
¿Para qué la ciencia?
 https://www.pagina12.com.ar/10613-para-que-la-ciencia
¿Qué investigan los que investigan? ¿Qué piensa la sociedad de la ciencia? ¿Qué transmiten los medios masivos al respecto? ¿Qué discursos construye el Gobierno? Si la promoción científico-tecnológica era basal en octubre de 2015, en etapas decisivas cuando la campaña debía inflarse hasta reventar, ¿qué ocurre ahora? En épocas de ajustes, los científicos salen a las calles, se desparraman por el Polo Científico-Tecnológico, y defienden sus empleos. En el trayecto, explican sus recortes de objeto, describen las temáticas que abordan y sobre todo, argumentan en favor de la función social de sus trabajos. Es decir, autovalidan: sus identidades y sus proyectos (que, en esencia, son un poco lo mismo). Le responden a la sociedad y rinden cuentas, como si la cantidad de formularios y declaraciones juradas, de barreras y vallas burocráticas no fueran suficientes. Como si nunca nada alcanzara, porque desde siempre rinden exámenes, presentan becas, concursan subsidios. Porque trabajar de investigar es un poco eso. Es exprimir la mente pero, también y sobre todo, es poner el cuerpo. Es entregarse, sudar y sacrificarse. Y ello, a menudo, resulta difícil de traducir. Casi un cuento kafkiano.
Así, se pasean por sus vidas con la obligación de develar cómo administran su tiempo, justifican sus horas de trabajo, abrazan su eficiencia y consumen la saliva para narrar cómo dividen las vacaciones. Y se los sienta al banquillo de los acusados, se los somete a una luz bien punzante, y se les consulta sobre sus actividades: ¿para qué sirve tu trabajo? No hay un solo investigador en Argentina que no haya contestado a ese interrogante. Y, de esta manera, resulta que a ningún otro trabajador se le ejercen tan férreos controles ni vigilancias. Nadie nunca tuvo un número tan grande de jefes, ciegos y feroces. 
Bajo esta premisa, la ecuación es bien sencilla: en la matriz neoliberal, el ajuste jamás es suficiente. El fomento del pensamiento crítico se descarta debajo de la alfombra: escarbar la historia se vuelve un problema; reflexionar de modo sociológico acerca de la desigualdad y la pobreza trae sus consecuencias; estudiar las políticas públicas de medios ya pasó de moda. Entonces, ¿para qué la historia, la sociología, la antropología y la comunicación cuando todo se soluciona con “entusiasmo, esperanza y buena onda”? ¿Qué sentido tiene el examen de lo social cuando el sentido común, las representaciones y los imaginarios pertenecen al campo del sueño y las falsas ilusiones? ¿Cómo progresar si el mercado tiene la posta?  
En este marco, en plena Casa Rosada, el Gobierno reconoce el trabajo de algunos científicos mientras desconoce el de otros; se multiplican, casi de forma exponencial, las notas que incluyen los rankings acerca del puesto que los intelectuales argentinos ocupan en el mundo; se acusa la trivialidad de los temas escogidos por intermedio de redes sociales; y se dividen las aguas con el objetivo de separar la “buena ciencia” de la “mala ciencia”. Como si la gloria de algunos debiera ser contemplada a la luz de la miseria de otros. Porque el exitismo camina inexorablemente en aquella línea: algunos sirven, otros son descartables. De manera que no queda más remedio: si se quiere conservar a los útiles, habrá que desmarcarse del resto. En esta línea, sobrevuela una premisa que de tan opaca vuelve a brillar: el sentido común es tan democrático como traidor. Porque se dispara de forma dispares y se construye con ladrillos dotados de propiedades curiosas. Y se reflotan antiguas distinciones que permean el discurso popular y se reinstalan en la agenda. Auténticos mitos vinculados con la división entre “ciencias básicas” y “ciencias aplicadas”, idea que solo contribuye a segmentar los campos y corta a cuchillo el saber. Como si cada cual tuviera una quinta y un rebaño que cuidar. Y de ahí el fomento de “la grieta”, sí, esa que tanto se golpea ahora se vuelve necesaria. 
¿En qué momento el humo se disipa y la cara neoliberal se enjuaga el maquillaje? La anestesia viene disfrazada de productividad y de funcionalismo. ¿Cómo sostener las ciencias sociales y las humanidades si prima la lógica de corto plazo y la emergencia? Si la vida es una alerta constante –un presente que se esfuma apenas se pronuncia– ¿en qué momento se reflexiona? Saciar la curiosidad, cultivar el pensamiento crítico, llenar vacíos con ideas ajustadas y engordar las filas de lo simbólico no es tan secundario ni abstracto como, a priori, se pretende hacer creer. En contraposición, investigar los fenómenos y los procesos sociales es central para instrumentar políticas públicas y definir los rumbos del país. Claro que, como todo lo verdaderamente importante, no puede medirse con la vara del éxito, la inmediatez y la productividad.  
¿Los científicos contraen obligaciones con la sociedad? Sí. Pero ello no se traduce en respuestas inmediatas. Entre otras cosas, porque pensar la realidad lleva su tiempo. Existe un telón de fondo, un detrás de escena, un denominador común a todas las investigaciones: el tiempo, el esfuerzo y la dedicación, tres pilares que no se condicen con la fugacidad y la volatilidad de lo cotidiano. La ciencia es un modo –el hegemónico– que los seres humanos utilizan para comprender el mundo, una herramienta que orienta y que guía las acciones. Un par de lentes de aumento, que forma parte de la cultura y constituye un sector de tensiones y poder. Un campo que necesita ser cultivado, porque su florecimiento es la vía más directa hacia el desarrollo. En un mundo que apuesta al conocimiento, Argentina parece frenar la marcha. La soberanía y la independencia vuelven a producir vértigo y ello, por sobre todas las cosas, causa tristeza.

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