sábado, abril 29, 2017

sociología del deporte Sociología clínica

https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-69161-2006-06-29.html

 EL BOXEO COMO FACTOR DE REGULACION SIMBOLICA

Primero, pegarle a la bolsa

Para conocer desde adentro la experiencia del boxeador, un profesor de sociología parisino compartió durante tres años el entrenamiento y la pelea, en un gimnasio de un barrio pobre: descubrió un orden inesperado, “una ciencia primitiva” y “hasta dónde llega la potencia de un cuerpo”.
 Por EDUARDO PAVLOVSKY

Loic Wacquant es profesor de sociología de la Universidad de Berkeley. Sociólogo que escribió Las cárceles de la miseria, Parias urbanos y colaborador de Pierre Bordieu en casi toda su trayectoria, nos sorprende ahora con una experiencia singular y de diferente nivel a toda su producción anterior. Durante tres años (1987-1990) se sumergió en un gimnasio del ghetto negro de Chicago y vivió toda la experiencia del entrenamiento progresivo del boxeador. Participó de todas las fases de la vigorosa preparación del pugilista y llegó a completar el duro proceso de entrenamiento que el boxeo exige: culminó su experiencia con una pelea a tres rounds, donde perdió por puntos, en un combate muy duro, y donde quedó lastimado.
Durante toda la singular estadía en Chicago lo acompañó su compañera Elisabeth. El universo cerrado del boxeo no puede comprenderse fuera del contexto humano y ecológico en el que está inscripto ni fuera de las posibilidades sociales que ofrece.
El gym (gimnasio) que Wacquant eligió para su experiencia inédita está en el barrio de Woodlawn de Chicago: el ghetto negro de Chicago, que hoy se ha convertido en una “vasta bolsa de miseria y desesperanza, donde se concentran las franjas de población más marginales de la ciudad”, tal como lo describió Wacquant en Las cárceles de la miseria; la extrema violencia y la droga son fenómenos normales en ese residuo de vida humana, población afronorteamericana. Desde 1960, paulatinamente el Estado los dejó sin protección, en extrema miseria, creando un ambiente donde la delincuencia es un fenómeno habitual y diario: “Hay que robar y matar para sobrevivir”.
Todas las familias tienen sus delincuentes, que son los que matan y roban para poder mantener a sus miembros. Ningún dinero alcanza si no se entra en el mercado de la droga y de la criminalidad. Mundo de población excretada. Producción de residuos humanos, cuerpos residuales, seres “superfluos” –diría Zymunt Bauman en Vidas desperdiciadas al describir a esos seres que viven al margen– y que nunca llegarán a poseer los recursos humanos indispensables para sobrevivir. Que se entienda: nunca. Vivir sin esperanzas. Es la nueva raza subhumana de los descartables.
En el centro de Woodlawn está el gimnasio de boxeo de Dee-Dee, ex boxeador, hoy dedicado a la enseñanza pugilística. Allí fue Wacquant. El era el único blanco del gimnasio, y todos sabían que era un sociólogo, investigador francés, pero llegó a ser aceptado por los boxeadores gracias a la feroz disciplina con que se abocó al entrenamiento pugilístico durante esos tres años. “Tenían un respeto especial por mí, siendo un blanco francés y no norteamericano, porque me veían entrenarme con la misma disciplina de todos los boxeadores habituales.” Footing-soga-bolsa- puchingball-shadowbox y sus sesiones habituales con el sparring, muchas veces feroces, le permitieron a Wacquant gozar del respeto y solidaridad habituales en el gym.
Cuando Dee-Dee lo recibió el primer día en el gym, le dijo: “Quiero decirte que yo sacrifico a mi mujer y a mis hijos para prepararte a ti, así que más te vale que te sacrifiques por ti mismo. Aquí el reglamento es el reglamento y mi reglamento no se discute, ¿lo captas? ¡A trabajar! Te enseñaré como pegarle a la bolsa, es lo primero que tenés que aprender. Antes de que subas al ring con el sparring tengo que enseñarte mucho. Cuando diga: ‘Seis tandas de soga’, no son cuatro: son seis. Cuando digo ‘saltá’, quiero que saltes y que no te pares hasta que yo te lo diga. Aquí sólo hay un jefe y lo tienes delante de ti: ¿todavía quieres venir?”.
“Sí, señor”, dijo Wacquant, y su preparación comenzó.
Tiempo después comprendió que el autoritarismo de Dee-Dee, que pudiera parecer salvaje, era el intento de incluir el orden simbólico en el grupo de boxeadores del gimnasio; evitar la anarquía. “La voz de Dee-Dee es la voz del orden y de la autoridad”, le dijo un boxeador.
El gym es una escuela de moralidad en el sentido de Durkheim, es decir, una máquina de fabricar el espíritu de la disciplina, la vinculación grupal, el respeto –tanto por los demás como por uno mismo– y la autonomía de la voluntad, que son aspectos fundamentales de la vocación del boxeador. En tres años, Wacquant se hizo boxeador siguiendo los consejos de Dee-Dee; muchas veces gritado y hasta vapuleado por las órdenes autoritarias del manager. Aprendió además la misteriosa relación con el sparring con quien tenía que subirse al ring para entrenarse y cambiar golpes para defenderse.
Dee-Dee le explicaba a Wacquant que el sparring es un profesional que sube al ring para enseñarle, que es un “profesor del cuerpo” y que siempre va a ser cuidadoso con sus discípulos, pero también hay que aprender a cuidarlo y a no lastimarlo inútilmente, porque el sparring trabaja seis horas diarias con los boxeadores y todos tienen que aprender de la experiencia. El sparring y sus discípulos tienen que aprender a “cuidarse mutuamente”.
Wacquant no era “observador” de una experiencia, sino que puso su cuerpo para aprender todo tipo de producción de subjetividades creadas en el gym. Cumplió meticulosamente todo el proceso de entrenamiento previo a un combate. Vivió todo lo que escribió en el libro Entre las cuerdas, incluidos los miedos y terrores frente al combate que iba a llegar, narrados en confidencia por los boxeadores. Muchas veces su compañera Elisabeth lo esperaba a la noche para curarlo de alguna herida.
“Nunca hubiera comprendido las solidaridades que existen entre los boxeadores si no hubiera participado activamente en ellas; si no hubiera comprendido desde el cuerpo el código del entrenamiento”, contó.
Mi padre, que fue campeón argentino de peso pluma en 1920, me decía siempre que en el proceso de entrenamiento de box él había encontrado un clima de afecto y compañerismo como pocas veces en su vida. Un recuerdo imborrable, me decía.
En 1984 participé en la película Cuarteles de invierno, donde hacía de boxeador veterano en el libro de Osvaldo Soriano que dirigió Murúa. La producción de la película me recomendó concurrir al gimnasio del Luna Park para entrenarme; la película incluía una feroz pelea de box y yo tenía que estar entrenado. Tenía cincuenta años: en el gimnasio, se les dijo a los boxeadores que yo iba a hacer una película y tenían que ayudarme. Zacarías era mi entrenador. A la mañana, me llevaba a correr por Palermo, estableciendo una relación mutua de afecto y confianza. Pocas veces en mi vida me sentí tan protegido y cuidado como con los boxeadores. Yo boxeaba bastante bien y eso les sorprendía a muchos. Pero, cuando hacían guantes conmigo, jamás nadie intentó lastimarme. Mi entrenamiento duró un mes seguido. El clima de solidaridad fue inolvidable.
Según Wacquant, la sala de boxeo del gimnasio se define en su relación de oposición al ghetto que la rodea: al reclutar a sus jóvenes y apoyarse en su cultura masculina del valor físico, el honor individual y el vigor corporal se enfrentan a la calle como el orden al desorden, como la regulación individual y colectiva de las pasiones a su anarquía privada y pública; como la violencia controlada y constructiva de un intercambio estrictamente civilizado y claramente circunscripto –al menos desde el punto de vista de la vida social y de la identidad del boxeador– a la violencia sin sentido ni razón de los enfrentamientos imprevistos y carentes de límites o sentido, que simbolizan la criminalidad de las bandas y traficantes de droga que infestan el barrio.
El gimnasio, con su entrenamiento boxístico riguroso y diario, les permitió a muchos jóvenes encontrar nuevas subjetividades, ajenas a la violencia anárquica de la calle.
Decía Dee-Dee: “Salvamos muchos muchachos de la droga; el entrenamiento y el grupo de boxeadores, les permitieron salir del infierno”. Dee-Dee decía con orgullo que en su gimnasio se habían entrenado Mike Tyson y otros boxeadores famosos, como De la Hoya en sus comienzos.
Deleuze y Guattari dirían que el gimnasio se convertía en el descubrimiento de un nuevo territorio existencial para los jóvenes, que podían descubrir otras formas de vivir; una “desterritorialización” del universo de la droga.
El boxeo demuestra ser una especie de ciencia primitiva (¿no era Nicolino Locche “científico” dentro del ring?), una práctica eminentemente social y casi erudita. El púgil emerge como producto de una organización colectiva, que, aunque nadie la haya concebido ni deseado como tal, no por ello deja de estar objetivamente coordinada por el ajuste recíproco de las expectativas y demandas de los ocupantes de las distintas posiciones del gym. Son elementos para una antropología del boxeo, como fenómeno biológico-sociológico.
Keith, un boxeador profesional, decía: “A mí me hace bien escuchar a Dee-Dee, pero también me hace bien entrar al gym y ver que hay otros compañeros trabajando muy duro y siendo siempre leales y buenos camaradas. Cuando no entreno, los extraño a todos”. Extrañaba al grupo solidario, por oposición al mundo violento y anárquico de la calle.
Un rizoma: cuando yo nadaba me entrenaba cinco veces por semana, con gran rigor, obedeciendo siempre las órdenes de mi entrenador. A mí la natación me forjó un carácter: para ser bueno, uno tiene que entrenarse duro. Eso mismo me sirvió para el teatro, con los ensayos rigurosos, en mi trabajo clínico grupal y también para una vida diaria cuando, “todavía”, salgo a correr.
La experiencia de Wacquant es para mí conmovedora. Es un poner el cuerpo a fondo. El relato de su única pelea es de una brillantez estilística excepcional. Y tiene el mérito de asumir un riesgo hasta el final. Un intelectual en serio, con una ideología en serio.
Rigor y libertad parecen ser las palabras que emanan de su experiencia tan extraordinariamente singular. Como dice Spinoza: ¿hasta dónde llega la potencia de un cuerpo? Y, decía Foucault, para conocer el misterio de las cárceles sólo hay que escuchar a los carceleros y a los presos.

Educación Filmus
VINCENT DE GAUJELAC Y LAS PARADOJAS DE LA VIDA COTIDIANA

“El individuo es producto de una historia de la cual trata de convertirse en sujeto”

La sociología clínica está en el cruce entre la sociología, la psicología y la filosofía. Es una mirada sobre las encrucijadas que plantea la vida y trata de ofrecer un tratamiento para esas problemáticas.
 Por Sonia Santoro
Cuando el hijo de un obrero sindicalista termina casándose con la hija de un burgués, ¿se convierte en el enemigo de su padre? Si un inmigrante deja su país en busca de un lugar mejor en otro, y se adapta fácilmente a la nueva vida, ¿está traicionando su herencia familiar? ¿Se puede heredar una empresa o profesión familiar y lograr una identidad autónoma? Si cada individuo es el emprendedor de su propia vida, ¿qué pasa cuando no tiene éxito? Preguntas difíciles de responder. Paradojas que atraviesan nuestra existencia personal y social, son las que aborda el francés Vincent de Gaujelac en un marco conceptual que está “a caballo” entre la psicología y la sociología: la “sociología clínica”. Desde Francia, en esta entrevista con Página/12, aborda algunos núcleos centrales de su trabajo.

–¿Cuándo y por qué llegó a la sociología clínica?

–Es una historia larga. La primera idea era la insatisfacción de la sociología marcada por autores, en particular Pierre Bourdieu, que en El oficio del sociólogo, un libro de 1967, ya declaraba que la maldición del sociólogo era que tenía que trabajar con objetos que hablaban. Era la época en que la sociología desconfiaba de la vivencia de la subjetividad, todo lo que tenía que ver con lo afectivo. Era una época en que la sociología era muy antipsicológica. En realidad, esa gente había leído bastante mal a Durkheim, uno de los fundadores de la sociología, que declaraba que cuando uno había terminado la explicación sociológica, había que orientarse hacia la psicología. Entonces sentí que la sociología era muy objetivante, muy cientificista, que no llegaba a captar las relaciones íntimas entre el ser del hombre y el ser de la sociedad, que era una de las expresiones del Colegio de Sociología que se desarrolló en Francia a partir de 1937/1938. Yo diría que la bendición del sociólogo clínico es que no trata con objetivos sino con sujetos. Entonces nació de la idea de tomar mejor los destinos humanos, basándonos al mismo tiempo en la sociología de Bourdieu, el psicoanálisis de Freud y el existencialismo de Sartre. En particular en torno de un procedimiento que se expone en el libro que se llama Novela familiar y trayectoria social. La novela familiar tiene que ver con el fantasma que los hombres producen sobre sus orígenes. La trayectoria social tiene que ver con el análisis de las posiciones sociales a partir de indicadores sociológicos como el capital social, cultural, económico. El aporte de Sartre es cuando dice “no es lo que se ha hecho del hombre sino lo que él hace con lo que hicieron de él”. De ahí la hipótesis de que el individuo es el producto de una historia de la cual trata de convertirse en sujeto. Y de ahí la idea de introducir el enfoque clínico en la sociología para analizar con las personas involucradas su novela familiar y su trayectoria social.

–Ha estudiado los conflictos de las personas que cambian de clase o cultura, y los definió como “neurosis de clase”. ¿Qué quiere significar con este concepto que une términos de la psicología y la sociología?

–La hipótesis básica en relación con este enfoque es que, aunque sea elegido voluntario o sea padecido, el cambio de clase social genera conflictos, pero no siempre neurosis de clase. Conflicto, por ejemplo, es el hecho de estar confrontado a habitus diferentes; habitus es un concepto sociológico que remite a la idea de que uno internaliza maneras de ser y de hacer en función de la posición social de origen. Es la idea de que hay gente mal educada o bien educada. Elevé en francés no sólo es más educado sino más alto en relación con la estructura social, y esta idea en francés también remite a la idea de que las personas que son más elevadas serían también las personas más educadas. La idea es que hay violencia en las relaciones sociales, entre las clases sociales, que se traduce en procesos de descalificación, desvalorización, justamente en función de estas maneras de ser y de hacer. Después hay otros conflictos que están ligados a los cambios de posición social: el hecho de sentirse superior o inferior y de internalizar sentimientos de ilegitimidad o conflictos de lealtad en relación con los orígenes sociales de cada uno. Por ejemplo, alguien que tiene una fuerte promoción social, un ascenso, puede vivirlo como una traición de clase. Yo había visto por ejemplo que, entre mis colegas universitarios, algunos hacían lo que llamé en ese momento una “neurosis de tesis”: no lograban pasar su tesis no por una cuestión de que fueran incompetentes sino porque vivían como un conflicto muy fuerte el hecho de convertirse en doctores, como si estuvieran traicionando sus orígenes, ocupando una posición dominante. Entonces, todos esos cambios de clase siempre son conflictivos, pero no necesariamente generan neurosis. La tesis que desarrollo en el libro La neurosis de clase es que para que esos conflictos se vuelvan neuróticos tienen que apoyarse sobre otros conflictos de otro origen, que el psicoanálisis nos permite ver, por el lado de la etiología sexual de las neurosis y por el lado de los conflictos edípicos y más inconscientes. De ahí el interés de este concepto, “neurosis de clase”, para tratar de establecer puentes entre la psicología y la sociología.

–¿Hay un tratamiento para la neurosis de clase?

–Hay que entender que no hay nada patológico en la neurosis de clase. Son conflictos existenciales. Entonces no tienen nada que ver con la medicina, ni con el psicoanálisis, sino con un tratamiento que tiene más que ver con una reflexión sobre la historia personal, sobre los conflictos ligados a la historia. Por eso, con colegas desarrollamos grupos de implicación y de investigación donde la gente viene a trabajar sobre su historia para tratar de entender mejor los conflictos. La idea de la implicación y la investigación tiene que ver con desarrollar en un mismo lugar el trabajo sobre sí mismo, y la aprehensión de los mecanismos y procesos que operan para entender los conflictos de la propia historia. Habitualmente esos trabajos están separados. El trabajo sobre sí mismo se hace en psicoterapia y la investigación se hace en la universidad. Estos grupos tratan de articular en un mismo espacio esa doble preocupación, doble manera de hacer investigación sobre sí mismo.

–¿Cuáles son actualmente los sectores más propensos a sufrir esos conflictos? ¿Inmigrantes, clase obrera, diversidades sexuales?

–Todas esas personas están ciertamente tocadas por esto. Pero estos conflictos son vividos con mayor dificultad cuanto más se los viva de manera aislada y solitaria. Por ejemplo, cuando toda la familia emigra y está confrontada al mismo problema, las solidaridades familiares hacen que uno se sienta menos tomado por un conflicto interior y que uno entienda que lo que le pasa tiene que ver con cuestiones sociales y económicas que están en juego y que producen ese malestar que uno puede estar sintiendo. Lo mismo pasa cuando uno cambia de clase social, si es el único o si es toda. En las minorías sexuales ocurre que por lo general la persona se siente única en su especie, por eso es importante que estas personas puedan entender y unirse con gente que tiene los mismos problemas. Es por eso que nosotros en los grupos de implicación e investigación privilegiamos el trabajo grupal, para que se den cuenta que no son sólo ellos los que están confrontados a este tipo de conflictos.

–Si el destino es lo que heredamos de nuestra familia y de la historia social, ¿cómo construimos nuestro futuro? ¿Cómo superamos las contradicciones que implican los cambios?

–Es por eso que Sartre es interesante y el trabajo clínico es interesante. Si bien no podemos cambiar la historia, sí podemos modificar nuestra relación con la historia. Es decir, la manera en que la historia actúa en nosotros. Y ése es el tipo de trabajo que la clínica sociológica permite acompañar. Es una clínica de la historicidad: significa que los conflictos del presente están condicionados por las contradicciones no resueltas del pasado. Entonces trabajar sobre la propia historia quiere decir entender cómo los conflictos del presente están condicionados, a fin de poder imaginar un futuro y entonces construir ese futuro, saliendo del riesgo de repetir indefinidamente los mismos conflictos.

–¿Qué pasa cuando los hijos sienten que tienen que cumplir con el mandato familiar, seguir la carrera del padre o hacerse cargo de la empresa familiar?

–Hay dos aspectos, uno es la cuestión subjetiva del proyecto parental. ¿En qué les gustaría a mis padres que yo me convierta? Y está la dimensión objetiva de la herencia. Por ejemplo, cuando uno hereda una empresa o una casa familiar. Entonces hay que tratar los aspectos subjetivos y objetivos, articulados uno sobre otro. Sobre el plano subjetivo es importante ver hasta qué punto tiene fuerza el proyecto parental en uno mismo, en la medida en que tiene raíces muy profundas en la construcción del ideal del yo, por ejemplo. (El ideal del yo es la idea que defiende Freud, cuando dice a qué ideal tengo que responder para poder ser amado; entonces el niño internaliza las proyecciones de sus padres sobre él, todas sus aspiraciones narcisistas, las esperanzas que ellos no pudieron realizar y le piden al niño que realice esas promesas, que satisfaga sus deseos narcisistas.) Ese es el aspecto más psicológico: como dice Freud, el ideal del yo se construye en el cruce entre las aspiraciones narcisistas y los ideales de la sociedad, ideales de éxito, por ejemplo; hoy por hoy, todos los padres sueñan con que sus hijos sean Maradona, o campeones de tenis, o el papa Francisco. Ese es el proyecto parental; y el otro es el aspecto objetivo de la herencia que uno recibe.

–¿Y qué pasa con las herencias?

–La herencia genera herederos. Entonces la cuestión es cómo una de las contradicciones fundamentales en las que nos encontramos es ser al mismo tiempo herederos leales con relación a la tradición, y al mismo tiempo construirnos como sujetos autónomos libres y entonces liberarse de esa herencia. El tema es qué compromisos uno logra establecer entre esos aspectos. Algunos se encierran completamente en la posición de herederos y no llegan a construir una identidad diferente a la heredada. Y otros piensan que la libertad es romper por completo con la herencia y la transmisión. En realidad, yo creo que esas dos posiciones extremas son un intento desesperado de liberarse. La identidad adquirida es por un lado la identidad heredada y, por otro lado, lo que Paul Ricoeur llama la “identidad narrativa”, es decir, construirse como un sujeto y conquistar una autonomía con relación a lo heredado. La tensión entre las dos es interesante.

–Más allá de la lucha de clases, usted dice que en estos momentos hay una “lucha por lugares”, algo por lo que las personas se ven exigidas a construir su propio empleo. ¿Cada persona está “condenada a realizarse”?

–Efectivamente una de las hipótesis es que, hoy por hoy, la lucha por los lugares viene a sustituir la lucha de clases. La idea es que, hasta fines del siglo XX, la identidad heredada era el determinante esencial del destino de las personas. Es decir, los hijos de obreros eran obreros, los de campesinos eran campesinos y sus hijos serían a su vez campesinos. Y así. Entonces la reproducción social era la ley. Hoy en día, la movilidad social se ha convertido más en la ley. Por razones objetivas, hace un siglo más del 50 por ciento de la población activa en Francia era campesina; hoy no son más que el 3 por ciento. Un 35 por ciento era obrero y hoy queda de un 10 a un 15 por ciento. Y las clases sociales están explotando, la clase de los campesinos ya no es una verdadera clase social. La lucha por los lugares significa que cada individuo es remitido a sí mismo para tener una existencia social. Cuenta sólo consigo mismo. Es un fenómeno mundial. Es el individualismo, la ideología de la realización de sí mismo, y también es la ideología de la gestión que se desarrolló mucho con el neoliberalismo, que dice que cada individuo es el empresario o emprendedor de su propia vida. El yo de cada individuo es un capital que la persona tiene que fructificar, desarrollar. Entonces, la posición social ya no dependería tanto de lo que heredan sino de su capacidad, de su voluntad. Esa es la lucha de los lugares, la lucha que cada individuo tiene que realizar para tener una existencia social.

–¿Qué consecuencias tiene?

–En esa lucha se encuentra en competencia con los demás, evidentemente, lo que al mismo tiempo es una emulación y una alienación, pero sobre todo produce mucha tensión psicológica, ya que el individuo internaliza la idea de que si no tiene éxito es porque él mismo no sirve o es malo, es inútil, no está bien formado o está demasiado capacitado. Es una de las razones por las cuales aparecen los trastornos psicológicos, las enfermedades narcisistas o las tensiones en el trabajo como el estrés o el burn-out. Todos esos síntomas están ligados a esa lucha por los lugares.

–¿Cuáles son los costos de la excelencia y de la exclusión en las sociedades actuales? ¿Podemos decir que la desigualdad provoca el estrés y la vergüenza, más que los componentes personales?

–Hemos visto desarrollarse en las empresas, pero también en los colegios, las consecuencias de estas luchas por los lugares. Por un lado, la lucha por la excelencia para tener los mejores lugares en las empresas y en la sociedad, en la política, lo que se traduce en una competencia encarnizada. Por otra parte, las consecuencias por el lado de la exclusión, porque la excelencia produce exclusión. La excelencia es salir por encima. La exclusión es salir por abajo. Pero de alguna manera es la misma raíz y hay una contradicción fundamental que está ligada a esa exigencia de excelencia. Ser excelente es ser fuera de lo común. Si todo el mundo está fuera de lo común, ¿en qué se transforma el mundo común? Ahora bien, el mundo común, según Hannah Arendt, es construir la convivencia, el estar juntos de la sociedad. Por eso la búsqueda de la excelencia es destructiva para la sociedad.


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